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​Agarra tu caballito y súbete al viaje en el tiempo: Los shots de los 90 en la CDMX: cuando el licor era ley y el miedo no existía.

(Por una amiga Lyl Lovel: Una ex alumna de escuela de monjas que siempre quiso ser bartender, bailaba sobre la barra y repartia shots a cualquier extraño)


Ciudad de México, 2025 — Si crees que un "shot" es solo un trago rápido para emborracharte,  claramente no viviste los 90 en esta ciudad. Aquí no había influencers ni cócteles de frutos rojos con hielo “artesanal’. Aquí, en las entrañas de una metrópoli que rugía como bestia herida, los shots eran rituales de fuego, sudor y resistencia. Un código de honor líquido que separaba a los tibios de los “chingones”. 


Los 90: cuando el DF era un bar y el bar era una herencia


La década de los 90 en la CDMX no fue para turistas. El peso se desplomaba, el PRI seguía mandando, y la gente joven buscaba refugio en bares que olían a guerra y libertad. Los shots —ese “balazo" en vasos tequileros, ese golpe seco en la garganta— eran la moneda de cambio. No se pedían, se exigían. Tequila, mezcal, vodka barato… Da igual. Lo que importaba era el gesto: levantar el caballito, mirar a los ojos a la persona de alado, y “mandarlo alv” sin pestañear. 


Aquí no había tiempo para sipping ni coquetear con la copa. Si no te ardía, no valía. Los shots eran como apretones de manos. Si aguantabas tres, eras de los nuestros. Si no, te ibas con tu mamá.


Bares legendarios: catedrales de la leyenda


En el Bar La Ópera —sí, el de los balazos de Pancho Villa— los shots se servían con una advertencia: Esto no es Disney. En los antros underground de la Condesa, los shots llevaban nombres rudos  como . Y en el mítico Salón Corona, hasta los empresarios de corbata se doblaban ante el Tequila “Cazadores”, servido con un grito "¡Arriba, abajo, al centro… al fondo!". 


Pero el rey de reyes era el “muppet" un trago de tequila con Sprite que se golpeaba en la mesa antes de ser ingerido no importando la clase social.


El shot como filosofía: beber o morir socialmente


Aquello no era de “sommeliers” ni  de “mixología”. Era velocidad, brutalidad y camaradería. Los shots rompían jerarquías: el estudiante de la UNAM brindaba con el abogado que terminaba su jornada laboral, la punketa escupía fuego junto al vendedor ambulante. Era democracia pura… pero con resaca garantizada. 


Y sí, había reglas: 


1. Nunca lames la sal del tequila (eso era para gringos). 


2. Si alguien gritaba “¡Shot, shot, shot!’, todos tomaban. 


3. El último en terminar pagaba la ronda (y sufría el ridículo). 




Legado: ¿Qué quedó de aquellos shots?


Hoy, la CDMX huele a speakeasy con jazz y mezcal de pechuga. Pero si rascas, encuentras bares donde el espíritu de los 90 sobrevive. Los jóvenes ahora piden shots de kombucha con jengibre. ¡Jengibre! En mis tiempos, si pedías eso, te metían un limón en la boca y te sacaban a patadas. 


Pero algo queda: esa fogosidad, esa certeza de que un shot no es solo alcohol. Es un desafío, un grito, un ¡Viva México cabrones! que resuena en tu garganta. 


Atrévete a buscar un bar viejo. Pide un tequila sin miramientos. Y si el bartender no te gruñe al servir… lárgate: No es el lugar para disfrutar el legado noventero. Moraleja (porque aquí , en la ciudad, las damos a golpes):La próxima vez que pidas un shot, recuerda: no estás tomando, estás heredando. Y si no sudas, no es verdadero. 


(La banda sonora de este artículo solo puede ser Caifanes mezclado con Botellita de Jerez y el TRI.  Sin olvidar un llanto de la trompeta de los Tigres del Norte de fondo.)



 
 
 

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